miércoles, 18 de marzo de 2020

Proyectado

Vuelvo aquí trás años de no hacerlo porque nuevamente mis múltiples "yo" se enfrentan. No sé por donde empezar, los pensamientos se cruzan unos con otros dentro de mi cabeza como cuando el semáforo se pone en verde para cruzar el eje central a la altura de Madero: todos contra todos y pasará el que tenga más fuerza que aquel con quien choque.

Cuando decidí casarme no tenía claras muchas cosas salvo una: no quería repetir la historia de mis padres, quienes al día de hoy mantienen su matrimonio pero en realidad son más roomies que se odian que una pareja que crió a 2 hijos y que lleva casi 40 años juntos. Su relación ha pasado por puntos tan bajos que uno no se explica porqué siguen juntos.

Hoy vivo una situación complicada porque, aunque nunca he creído que la felicidad sea un estado permanente y fácilmente alcanzable, me encuentro muy lejos de alcanzar a olerla, ya ni digamos tenerla. Desde que me casé sabía que esto no iba a ser miel sobre hojuelas, que habría sin sabores y tropiezos que me harían dudar pero creía que aquellos que se separaban tan pronto aparecía la primera adversidad era unos débiles incapaces de mantener un compromiso. Pero hoy, a poco más de 7 años de haber comenzado a salir con la que es mi esposa, poco más de 6 de vivir con ella, poco más de 5 de haberme casado y poco más de 3 se haberme convertido en padre, temo decir que estoy demasiado cerca de alcanzar aquello que nunca quise tener.

Si por mi, el que escribe en este momento, fuera, estaría agarrando mis cosas para iniciar el proceso de separación y terminar con la enfermedad antes de que se extienda. Es probable que si corto el miembro gangrenado aún exista posibilidad de salvar algo y no desangrarme en el proceso. Pero desafortunadamente ya no me debo a mi y no puedo tomar decisiones tan viscerales sin considerar el daño que le estaría haciendo al único inocente de esta historia, quien no pidió nacer pero aun así nos obstinamos en traer al mundo. Si tan sólo no hubiera cedido en mi idea de no tener hijos...

Hace unas semanas cené con un amigo, quien hace poco cumplió 10 años de casado (el sujeto se casó a sus tiernos 22). Dentro de lo mucho que platicamos por supuesto que estuvo su matrimonio y sus 2 hijos. Al sentirme identificado con lo que decía me atreví a preguntarle por qué no se ha divorciado si todo con su esposa está tan mal, a lo que me respondió que no lo hacía porque sus hijos aún son muy pequeños y no quería provocarles más daño, aunque tenía la duda de si ver a sus padres discutir por todo no los estaba dañando más. Su respuesta me recordó la de mi padre, cuando hace 18 años le hice la misma pregunta, solo que él en ese entonces me contestó que no lo entendería. Creo que hoy lo entiendo.

Juro que yo no quería esto. Juro que quise escribir otra historia y alcanzar la tranquilidad familiar pero se vuelve imposible cuando se cruza una línea muy delgada que se para la relación entre lo funcional y jodido, tras la que te comienzas a preguntar qué haces donde estás y cómo fue que llegaste a esto.

Escribo esto para dejar constancia de que hoy, 18 de marzo de 2020, es el día en que tengo claro que me voy a divorciar. Tal vez no hoy, tal vez no mañana pero va a suceder. Y así como hace unos días, mientras veíamos uno de los últimos capítulos de la 4ta temporada de Billions, donde Axelrod le comenta a Wendy el momento en el que supo que sería su compañera de negocios para toda la vida, y que mi hoy todavía esposa me preguntó si yo recordaba el momento en que decidí que iba a casarme con ella, el cual respondí con lujo de detalle, no voy a olvidar que hoy fue el día en que supe que ya no quiero estar más en esta situación.